1. Cómo nació la idea de las Escuelas-Taller
Comenzamos la conversación con una pregunta que nos llevaba al origen de todo: ¿cómo nació la idea de las Escuelas Taller? Queríamos entender de dónde había surgido esa inspiración inicial, qué chispa había encendido un proyecto que hoy forma parte de tantas historias personales y colectivas. Él sonrió, como quien se prepara para volver atrás en el tiempo, y empezó a contarnos los primeros pasos, los desafíos, las intuiciones que dieron forma a aquella idea. Sabíamos que después hablaríamos del presente, igual de relevante, pero antes necesitábamos escuchar cómo empezó todo, en qué momento una simple propuesta se transformó en una realidad.
Pues fijaos si es complejo que he tenido publicar una novela para explicarlo. Se titula “El Tesoro del convento caído”. Es una novela autobiográfica que tiene muchos protagonistas que, partiendo de una ruina, consiguieron unos logros impensables.
Nos enseña uno de sus mayores logros “La Enciclopedia del Románico”.
Porque es un tesauro, es decir, una colección de setenta y siete tomos de todo el Románico de la Península Ibérica, incluidos los planos y las fotografías, la bibliografía y todo lo demás. Todo lo que necesitan los investigadores para su trabajo y los templos para que no desaparezca su memoria. Digamos que este trabajo es un seguro de vida del Románico. Ojalá no dejen que se caiga este patrimonio, porque no es tan complicado conservarlo. Muchos edificios son pequeños y se pueden proteger.
Y, a partir de ese momento, comienza su viaje en el tiempo.
Efectivamente. La novela empieza con mi madre en Aguilar de Campoo. Yo tendría cuatro o cinco años. Vivíamos al lado del convento caído que conservaba la huerta monástica.
Un día fuimos a conocer a los hortelanos y mi madre vio que, a la entrada, había un espacio que estaba sin cultivar y dijo: “Pero ¡qué pena que tengan este patio así, con este arroyo. ¿Por qué no lo cultivan?”. Los hortelanos le contestaron: “Bastante trabajo tenemos nosotros con la huerta, pero, si usted quiere cultivar algo, le vendo unas habichuelas y lo cultiva usted misma”.
Eso fue lo que hizo y yo la acompañé y aquello fue para mi una experiencia inolvidable porque las habichuelas dieron fruto y de aquella siembra han surgido muchos años después las escuelas taller.
Cuando Unamuno estuvo allí en 1921 exclamó: “Hasta una ruina puede ser una esperanza. Y hemos convertido las ruinas en escuelas y en conocimiento, que es lo que garantiza el crecimiento de las personas.
La ruina progresó con el paso de los años, y yo, que ya era arquitecto recorrí los despachos oficiales de Madrid para salvar de la ruina completa aquel “Convento Caído”. Después de bastantes gestiones, en 1977, el director general de Arquitectura del Ministerio de la Vivienda, que adjudicó en quince millones de pesetas la obra, insistió en que redactara un proyecto y, a la vista de las fotografías que le mostré, me dijo: “Procura que, dentro de tres años, se pueda visitar aquello por si alguien del ministerio quiere visitarlo”.
Los escombros de unas obras fallidas y la maleza que todo lo inundaba hacían imposible el recorrido y era imprescindible retirarlos cuanto antes. Aquello consumiría mucho presupuesto.
Entonces, como cuento en el libro, me fui al INEM (hoy SEPE). Me atendieron muy bien. ¿Qué es lo que yo planteé? Desescombrar con peones. Necesito quince peones para desescombrar el monasterio, porque han dejado todos los escombros dentro y se van a comer el dinero de los presupuestos sacando escombros a carretillos.
La señorita que atendía la oficina se puso muy contenta: “Pues muy bien, usted les da de alta, yo les doy de baja, los contrata…”. Y yo les dije: “No, mire, he conseguido un proyecto que es lo más difícil, aquello tiene que estar limpio, para que yo pueda hacer el proyecto, porque no puedo ni entrar a medir. Y, además, hay que hacerlo pronto porque podemos perder el dinero”. Era la época de Calvo Sotelo, Suárez…. Las elecciones que iba a haber… todo en el aire, ¿sabes? Y me dijo: “No puede, no puede. Si usted no los contrata, que los contrate la empresa cuando venga”. Y yo les respondí: “Sí, a buenas horas…. ya habremos perdido el dinero, claro, con lo poco que hay para restaurar…, como esperemos a que venga la empresa se va a gastar el dinero en sacar escombros”. Me contestó: “Lo siento, no pueden trabajar”. Yo le pregunté: “¿Pero por qué?”. Dijo: “Porque están en el paro y están cobrando el subsidio”. Es un bucle que hay en las sociedades.
Había que romper el nudo gordiano y ¿sabes lo que hicimos? Pues ir a un bar y poner un anuncio para Aguilar de Campoo: “En verano, campo de trabajo”. Y se apuntaron muchos estudiantes. Había tantos escombros que se podía trepar por ellos hasta el piso de arriba y era difícil y peligroso sacarlos de allí. Menos mal que se apuntó Ursi, un antiguo minero del carbón que tenía una droguería, que con su pericia garantizaba la seguridad y facilitaba el trabajo de los estudiantes.
Cuando en la primavera de 1978 se adjudicó la obra, Francisco Canales que era el jefe de la misma y maestro nacional fue capaz de convertir a jóvenes agricultores en canteros, herreros y carpinteros en muy poco tiempo.
En 1985 recalaron en Aguilar, para un campo de trabajo, unos chavales de Alcalá de Henares que provenían del fracaso escolar. Eran muy majos… pero se escaqueaban y no hacíamos carrera de ellos. Al cabo de una semana pensábamos enviarles de vuelta a Alcalá, pero Perico, que era el más joven de todos, cumplía quince años y para celebrarlo por todo lo alto, organizamos una cena en la sala más espaciosa del monasterio.
Como todo el mundo se arregló e iba bien vestido, para ellos fue una sorpresa enorme. Percibieron la calidez de todos. Sintieron que se los acogía y que, por una vez, eran los protagonistas de un evento semejante. A partir de entonces, se sintieron como en casa, y como se implicaron de lleno en el campo de trabajo, deseché por completo reenviarlos de vuelta a Alcalá y le dije a Francisco: “¿Por qué no les enseñamos la obra, el taller de cantería, la carpintería, la fragua y el taller de vidrieras…y el de modelado?.